jueves, 7 de diciembre de 2017

Sindrome de Desconexion


El síndrome de desconexión es muy común hoy en día. Es un mecanismo de defensa que provoca problemas para conectarse emocionalmente con los demás: el individuo no llega a entablar relaciones intensas ni cercanas con nadie y reduce su grado de compromiso emocional para no sufrir ni desilusionarse. Se separan las ideas o los pensamientos de los sentimientos asociados.
Este mecanismo trata de evitar la repetición de sufrimientos del pasado y alejar la posibilidad de daño, pero no permite la participación saludable en la vida. La soledad interna es una estrategia defensiva desarrollada por experiencias emocionales de importancia, que, en su gran mayoría, fueron dolorosas y dejaron huellas imborrables. En muchas ocasiones, son la copia de algún modelo familiar que ha quedado hundida en el subconsciente. Pero este síndrome no suele alcanzar para evitar el dolor: mediante la falta de conexión se sufre, ya sea de manera palpable o inconsciente.
Inmersos en esta manera de vivir, en ocasiones las personas incluso tienen dificultades para identificar y dejarse llevar por las emociones que las embargan ante diversos hechos de su vida: tal es la sensación de alejamiento (disociación) a la que se llega.
Algunos individuos intelectualizan lo que les sucede y explican el aislamiento emocional de manera racional, con lo que intentan despojarlo de importancia y de sentimientos. “Prefiero vivir sola porque mi última experiencia fue desastrosa”, “no tengo amigos muy cercanos, no hace falta”, “después de lo que sufrí, nunca volveré a confiar en nadie” y demás comentarios similares son generalizaciones que obviamente excluyen toda posibilidad de abrirse a relaciones sanas.

Con bastante frecuencia, la desconexión simplemente trata de eliminar la angustia y los desencantos del pasado. En vano, se trata de enmascarar esto con actitudes que rayan con la omnipotencia: “yo puedo solo”, “me defraudaron tantas veces que, ¿para qué intentarlo?”. Esto aísla y hace que se forme una costra alrededor del individuo, que muchas personas terminan sintiendo como inexpugnable. Desde esta “fortaleza” creada, las debilidades parecen no existir. De hecho se arman sistemas de vida basados en esta premisa… ¡que incluso son bienvenidos y hasta respetados por la sociedad!
Quienes se desconectan emocionalmente de su entorno por miedo a sentir un vacío, en realidad, lo están generando. De hecho se sienten incompletos aunque estén rodeados de afecto y de cariño, ya que no los registran internamente. Perciben que algo falta en su vida, pero no se dan cuenta de qué es y, si la razón verdadera aflora a la superficie, la acallan de cualquier modo.
Encerrarse en uno mismo no es bueno. Además del malestar emocional y espiritual, este desequilibrio puede trasladarse al plano físico y originar enfermedades diversas.
De hecho, hay estudios médicos que indican que ciertas enfermedades como la depresión, sus síntomas físicos (tales como insomnio y falta de apetito o apetito desmedido) y los problemas que acarrea (entre ellos, mayor posibilidad de sufrir problemas cardíacos) se curan más rápidamente si uno goza de una vida emocional balanceada y satisfactoria. Esto implica compartir, tener relaciones de intimidad y confianza con, al menos, una o dos personas.
Solo conectarse con uno mismo tampoco es bueno. Hay gente que se preocupa desmedidamente por el bienestar propio y por el de nadie más, aunque tengan su propia familia o un círculo de amigos de larga data. Esta actitud de excesivo amor propio no es saludable e implica, en mayor o menor medida, egoísmo. Es preciso buscar el equilibrio: además de prestar atención y satisfacer las propias necesidades, es sano estar abierto y bien predispuesto a dar y recibir, a escuchar, a sentirse querido y a querer, a comprender a otros y buscar comprensión; en síntesis: al intercambio profundo con otros seres. El estado de conexión se alcanza compartiendo y ocupándose genuinamente del bienestar de otros mientras permitimos que se ocupen del nuestro
El aislamiento emocional se puede producir incluso en aquellos casos de gente que tiene relaciones estables de importancia. El síndrome de desconexión no implica, necesariamente, aislamiento social. Sufren mucho quienes tienen una vida emocional que parece satisfactoria (casados con hijos, por ejemplo) pero que no llegan a tener una conexión interna muy profunda con este núcleo familiar: sólo han cumplido con un mandato que la sociedad les ha impuesto, pero sus verdaderas necesidades de comprensión e intimidad no están cubiertas, todavía.
De hecho, en muchas parejas con problemas que permanecen sin tratar ni resolver, se produce un alejamiento que causa una desconexión emocional hacia el otro. Ya no hay entendimiento ni comunicación profunda, y tal vez antepongan a los hijos o a otras variables (económicas, sociales, etc.) a la felicidad individual. La pareja puede subsistir así, incluso durante mucho tiempo, aunque este estado de desequilibrio, en algún momento, genera que se produzca algún hecho que cambiará la manera de relacionarse de esta pareja.
Para alcanzar una vida emocional plena, primero nos hace falta reconocer que necesitamos a otros. Sean quienes sean. Integrar todos los aspectos de nuestra personalidad implica aceptar la importancia de la cercanía de los demás y experimentarla de la manera que mejor nos parezca y más a gusto nos haga sentir.
La conexión de intimidad tan necesaria para considerarnos seres humanos completos puede entablarse con una persona (pareja, familia, amigo/a, compañero/a de trabajo), con una mascota o incluso con seres con los que relacionamos con un propósito de bien (por ejemplo, si ayudamos como voluntarios en una asociación de caridad o en un hospital). Lo que importa es establecer un vínculo visceral con otro, abrirnos a esa unión, sentir felicidad en el intercambio, en permitir que nos ayuden o nos contengan y en brindar lo mismo.
Una manera de acercarse a la plenitud emocional es la interacción con un grupo. A muchos hombres, por ejemplo, el practicar un deporte en equipo logra darles un grado de cercanía real, aunque no siempre verbal, con sus pares. Que después puede progresar y dar inicio a una amistad a nivel personal o familiar, que permite abrirse internamente y conectarse con el otro.
Somos seres sociales, precisamos a otros para desarrollarnos, para que nos contengan, nos apoyen, nos alienten, y poder ofrecer lo mismo. Conectarnos con otra persona a nivel emocional, de la manera que podamos, y abrirnos a esta comunicación, nos permite ir más allá de los bloqueos que tengamos para llegar a confiar en esta persona. Por más que nos hayan herido en el pasado, nunca lo hayamos experimentado, seamos escépticos con respecto a este tema o nos dé cierto temor… ¡vale la pena intentarlo!
Este artículo recibió mención y diploma en el concurso Virginia Satir 2007
Artículo publicado por Merlina Meiler

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