lunes, 9 de octubre de 2017

La Leyenda de la Reina Loba


La Leyenda de la Reina Loba
 
Cuentan que en la provincia de Ourense vivió una poderosa y adinerada mujer, tan cruel y soberbia como bella, que era llamada por los campesinos de su señorío, "la Reina Loba".
Para su manutención y la de sus allegados, obligaba a sus súbditos a entregarle cada día una vaca, un cerdo y una carreta llena de otros alimentos. Las familias campesinas se turnaban en estas entregas, por miedo a los súbditos de la Loba, que arrasaban e incendiaban casas y cosechas, y asesinaban a todos los habitantes de las aldeas en las que alguna familia se hubiese negado a entregar lo que se les reclamaba.
Con este ambiente terrorífico vivía la comarca entera, hasta que le llegó el turno de entregar los alimentos al pueblo de Figueirós. Sus vecinos se reunieron en asamblea y decidieron no pagar un tributo que les arruinaba y que encima mantenía al pueblo oprimido y atemorizado. Pero decir "no pagaremos" no era suficiente, porque la reina mandaría contra ellos a sus huestes y serían perseguidos y asesinados.

Por ello decidieron que si habían de morir de hambre o a manos de las huestes de la Loba, mejor era morir combatiendo contra ella, así que se armaron lo mejor que pudieron. Fabricaron lanzas, jabalinas, arcos y flechas, tomaron piedras y garrotes, y en la oscuridad de la noche se pusieron en marcha hacia el castillo con el fin de acabar con la opresión de esta malvada mujer
La Loba y sus secuaces dormían confiados en el terror que infundían en la comarca por lo que descuidaron la vigilancia. Nunca nadie se había atrevido a desafiar su poder, ni contaban con que tal cosa pudiera suceder. Sigilosamente, los vecinos de Figueirós, treparon murallas y abrieron puertas sorprendiendo a los sicarios de la Loba. En un breve pero encarnizado combate el pueblo venció contra sus huestes, y acto seguido se lanzaron escaleras arriba en busca de su opresora.


La Loba se había refugiado en la torre más alta pero ninguna puerta era lo bastante gruesa y resistente para aguantar los embistes de los decididos asaltantes. En cuanto vio caer su última defensa ante el empuje de los enemigos y no queriendo someterse a quienes ella consideraba sus esclavos (ya que se consideraba una reina y como tal moriría), echó a correr hacia la ventana y se arrojó al vacío, muriendo destrozada sobre las rocas.


Con su muerte, acabó el suplicio de los habitantes de la comarca, que recordaron durante siglos, en romances y canciones, el valor de los vecinos de Figueirós.
 

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